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Ansiedad en la infancia y adolescencia: Una reflexión a partir del libro » La generación ansiosa»

La Generación Ansiosa: Un Análisis Exhaustivo del Impacto de los Teléfonos Celulares en la Salud Mental de Niños y Adolescentes

El uso de teléfonos celulares entre niños y adolescentes ha experimentado un aumento exponencial durante la última década, generando preocupaciones significativas sobre sus efectos en la salud mental. Las investigaciones recientes sugieren una correlación preocupante entre el tiempo de pantalla y diversos trastornos psicológicos, especialmente la ansiedad. Esta relación ha sido ampliamente explorada en el libro «La generación ansiosa» del psicólogo social Jonathan Haidt, que argumenta convincentemente que las redes sociales están causando una «epidemia de enfermedades mentales» entre los más jóvenes[1]. Este intenta explorar la evidencia disponible sobre esta relación, define los conceptos clave involucrados en este fenómeno y propone estrategias preventivas basadas en investigaciones contemporáneas.

Contextualización del Problema: La Gran Reconfiguración de la Infancia

La generación actual de adolescentes representa un experimento social sin precedentes, según Haidt. Los jóvenes nacidos después de 1995, particularmente aquellos que llegaron a la pubertad alrededor de 2009, «desarrollaron su autopercepción en el marco de cambios tecnológicos y culturales profundos, como el uso extendido de los smartphones y las redes sociales»[2]. Esta cohorte constituye la primera generación en atravesar la adolescencia con un teléfono inteligente permanentemente en la mano, modificando radicalmente cómo se forman las identidades y se gestionan las relaciones sociales[3]. Haidt denomina este fenómeno como «la gran reconfiguración de la infancia», un cambio masivo que ha transformado las experiencias infantiles de estar «basadas en juegos a estar basadas en el teléfono y otros dispositivos»[4].

La magnitud de esta transformación se refleja en las estadísticas actuales: mientras que uno de cada cuatro jóvenes estadounidenses estaba constantemente conectado en 2015, para 2022 esta cifra había aumentado al 46%[4]. Este cambio no se limita a Estados Unidos; se observan tendencias similares a nivel mundial, particularmente en países occidentales y nórdicos, lo que indica un fenómeno generalizado vinculado a la proliferación global de la tecnología digital[5]. La conectividad permanente ha reconfigurado fundamentalmente cómo los jóvenes experimentan la vida, transformando desde sus patrones de socialización hasta sus procesos cognitivos básicos.

Esta reconfiguración se caracteriza por una paradoja inquietante: mientras los padres contemporáneos tienden a sobreproteger a sus hijos en el mundo físico, limitando su independencia y oportunidades para asumir riesgos, simultáneamente los dejan desprotegidos en el entorno digital[5]. Haidt argumenta que esta combinación de «sobreprotección en el mundo real e infra protección en el virtual» ha creado las condiciones perfectas para generar una generación «super ansiosa»[3]. Los jóvenes han crecido en entornos donde, por un lado, se limitan sus experiencias de juego libre y socialización espontánea, y por otro, se los expone a un universo digital sin filtros ni supervisión adecuada.

Definición de Términos Clave

Para comprender adecuadamente esta problemática, es esencial definir con precisión los conceptos fundamentales que enmarcan este fenómeno social y psicológico. La ansiedad, como concepto psicológico, representa una emoción adaptativa que nos permite responder a amenazas percibidas. Como explica la psicóloga Marina Manzione, «la ansiedad es una emoción que nos permite adaptarnos al medio. Llega para avisarnos que detecta algo que se identifica como peligro y requiere de un recurso o herramienta para poder hacerle frente»[2]. Sin embargo, cuando esta respuesta es desproporcionada o persistente, puede convertirse en un trastorno que impacta negativamente la calidad de vida.

Los trastornos de ansiedad se caracterizan por respuestas excesivas ante situaciones que objetivamente no representan un peligro significativo. Como describe Manzione, «cuando esto es desmedido, funciona de manera recurrente y sostenida en el tiempo, sin ser acorde con la situación que estamos transitando, puede desencadenar una crisis de ansiedad»[2]. Estas crisis se manifiestan a través de síntomas físicos como taquicardia, dificultad para respirar y temblores, acompañados de pensamientos catastróficos y miedo intenso. La peculiaridad de estos trastornos en la generación actual es su vinculación con las dinámicas digitales.

El concepto de «Generación Z» o «Centennials» hace referencia específicamente a los nacidos aproximadamente entre 1995 y 2010, siendo la primera generación considerada nativa digital por haber crecido en un mundo donde internet y los dispositivos móviles constituyen una presencia constante[6]. Estos jóvenes han desarrollado sus identidades en un contexto donde las redes sociales no son simplemente herramientas, sino espacios fundamentales para la construcción del yo y la validación social. Como consecuencia, sus patrones cognitivos, emocionales y relacionales difieren sustancialmente de generaciones anteriores.

La adicción a la tecnología, por su parte, constituye un patrón de comportamiento caracterizado por el uso compulsivo de dispositivos digitales que genera consecuencias negativas pero persiste a pesar de ellas. El psicólogo Diego Herrera explica que «la actitud siempre vigilante sobre el teléfono fomenta el estado ansioso. Así funcionan las redes. Es como las máquinas tragamonedas, se activa el mecanismo de condicionamiento intermitente, donde a veces recibes gratificación y a veces no»[2]. Este mecanismo crea una relación adictiva precisamente porque la gratificación es impredecible, lo que intensifica la necesidad de verificación constante.

Evidencia Científica: Vínculos entre el Uso de Teléfonos Celulares y Trastornos Psicológicos

La evidencia estadística presentada por Haidt resulta alarmante: entre 2010 y 2021, la depresión aumentó un 145% entre las adolescentes mujeres y un 162% entre los hombres adolescentes en Estados Unidos[3]. Este incremento coincide temporalmente con la masificación de los smartphones y la explosión de las redes sociales, lo que ha llevado a Haidt a establecer una relación causal entre ambos fenómenos. Sin embargo, esta postura no está exenta de controversia, ya que algunos investigadores, como la profesora Candice Odgers de la Universidad de California, cuestionan esta causalidad, argumentando que «la correlación entre el uso de redes sociales y la depresión/ansiedad no demuestra causación»[5].

A pesar de las controversias metodológicas, existe un creciente cuerpo de investigación que identifica cuatro áreas principales de impacto negativo del uso excesivo de dispositivos móviles. En primer lugar, Haidt señala el aislamiento social físico, argumentando que «el tiempo que los niños/as y adolescentes pasan en las pantallas es tiempo que no pasan interactuando en persona», lo que puede conducir a la depresión por falta de conexiones significativas[3]. Este fenómeno se observa claramente en el testimonio sobre una niña de 12 años que, durante reuniones familiares, «nunca se sienta a la mesa» y permanece concentrada exclusivamente en su dispositivo, manifestando desorientación cuando la batería se agota[7].

En segundo lugar, la fragmentación de la atención constituye otra consecuencia perjudicial. La exposición constante a estímulos digitales breves e intensos modifica los patrones atencionales, dificultando la concentración sostenida necesaria para el aprendizaje profundo y el desarrollo cognitivo. Como explica un comentarista en un foro, «el celular da estímulos tan fuertes que el chico se queda embobado viendo», impidiendo el desarrollo de capacidades como la imaginación, el pensamiento crítico y la resolución de problemas[7]. Esta alteración atencional no solo impacta el rendimiento académico, sino también la capacidad de autorreflexión y la regulación emocional.

La privación del sueño representa el tercer impacto significativo. La psicóloga Marina Manzione señala que «hay muchos trastornos del sueño. La mente no llega a relajarse nunca. El cortisol es permanente. Hay una tensión sostenida a lo largo del tiempo que genera que el cerebro esté funcionando acelerado todo el día»[2]. La exposición a la luz azul de las pantallas interfiere con la producción de melatonina, retrasando el inicio del sueño, mientras que la activación emocional provocada por las interacciones digitales dificulta la transición hacia estados de relajación. Este ciclo de privación crónica del sueño deteriora no solo las funciones cognitivas, sino también la estabilidad emocional.

Finalmente, la adicción a las recompensas digitales aparece como una consecuencia particularmente preocupante. Herrera explica que «al ser impredecible, genera una relación adictiva. No se sabe cuándo voy a recibir la descarga de dopamina en el cerebro. A nivel neuropsicológico, como no hay un algoritmo que el adolescente comprenda, está más atado a verificar, controlar y chequear»[2]. Este ciclo adictivo intensifica la ansiedad y la vulnerabilidad a la depresión, creando un círculo vicioso donde la búsqueda de alivio mediante la gratificación digital perpetúa precisamente los estados emocionales negativos que se pretenden mitigar.

La Generación Ansiosa: Análisis de las Causas Subyacentes

Jonathan Haidt atribuye el deterioro de la salud mental juvenil a lo que denomina «la gran reconfiguración de la infancia», un fenómeno caracterizado por una combinación fatídica de factores sociales y tecnológicos que ha transformado radicalmente las experiencias formativas de niños y adolescentes. En su libro, Haidt argumenta que puede que, para algunos adolescentes, haya pequeños beneficios en usar las redes sociales, pero estos palidecen frente a las consecuencias nocivas[8]. Esta perspectiva se sustenta en la observación de que la salud mental de los adolescentes comenzó a deteriorarse significativamente a partir de 2010, coincidiendo con la popularización de los smartphones y las redes sociales[9].

Un elemento central en el análisis de Haidt es la transformación de los patrones de supervisión parental. La generación actual crece en un contexto paradójico: mientras los padres han incrementado la protección física limitando la independencia infantil, simultáneamente han dejado a los niños expuestos a un entorno digital prácticamente sin supervisión. Haidt considera este desbalance como un «error catastrófico»[4], pues ha privado a los jóvenes de oportunidades para desarrollar resiliencia mediante experiencias de riesgo controlado en el mundo real, mientras los ha expuesto a riesgos psicológicos significativos en el mundo virtual. Esta dinámica explica por qué muchos adolescentes muestran simultáneamente fragilidad emocional y comportamientos de riesgo en entornos digitales.

La sobreprotección física no es meramente una elección parental individual, sino que refleja transformaciones sociales más amplias. Desde finales de la década de 1980, ha habido una reducción sistemática de las oportunidades para el juego físico no supervisado y las interacciones sociales espontáneas[5]. Este cambio cultural ha sido impulsado por temores amplificados mediáticamente sobre los peligros del mundo exterior, modificaciones en los entornos urbanos que reducen los espacios infantiles seguros, y transformaciones en las estructuras familiares y laborales que complican la supervisión parental. Como resultado, muchos niños han perdido espacios cruciales para el desarrollo de habilidades sociales, emocionales y cognitivas.

Paralelamente, el entorno digital contemporáneo ha sido diseñado específicamente para maximizar el tiempo de uso mediante mecanismos de recompensa variable que generan adicción. Haidt señala que «las redes sociales son productos diseñados para aprovecharse de los adolescentes en una etapa del desarrollo muy vulnerable y generar comportamientos adictivos»[8]. Este diseño deliberadamente adictivo, combinado con la vulnerabilidad neurológica de los cerebros en desarrollo, crea condiciones ideales para el surgimiento de patrones problemáticos de uso tecnológico. Los adolescentes, con sus sistemas prefrontales aún inmaduros y su sensibilidad aumentada a la valoración social, resultan particularmente susceptibles a estos mecanismos manipulativos.

El resultado de esta combinación es lo que Haidt identifica como una «generación ansiosa», caracterizada por niveles sin precedentes de malestar psicológico. Las estadísticas respaldan esta perspectiva: las tasas de autolesiones entre los jóvenes norteamericanos casi se triplicaron entre 2010 y 2020, afectando desproporcionadamente a las mujeres jóvenes[9]. Este deterioro no puede explicarse adecuadamente por factores económicos o ambientales, pues está focalizado específicamente en trastornos relacionados con la ansiedad y la depresión, y su inicio temporal coincide precisamente con la masificación del uso de smartphones[5].

Impactos Diferenciales: Género, Edad y Contexto Socioeconómico

La investigación contemporánea revela que el impacto de los dispositivos móviles en la salud mental no es homogéneo, sino que varía significativamente según factores como el género, la edad de inicio del uso, y el contexto socioeconómico. Haidt señala que «las más perjudicadas son las chicas que, por ser más comunicativas, usan más las redes que los chicos y sobre todo las plataformas visuales —Instagram y TikTok—, lo cual multiplica el efecto contagioso de la euforia pero también de la ansiedad, la depresión, y de trastornos como la anorexia y la disforia de género»[4]. Esta vulnerabilidad diferencial se refleja en las estadísticas: mientras que el 30% de las adolescentes estadounidenses experimentaron al menos un episodio depresivo mayor, esta cifra se reduce al 12% en el caso de los varones adolescentes[9].

La edad de inicio del uso tecnológico constituye otro factor crítico. Los niños que comienzan a utilizar dispositivos digitales a edades muy tempranas, como el caso mencionado de un niño de seis años que «no puede vivir sin su tablet; desayuna, almuerza y toma once con ella en la mesa»[10], presentan vulnerabilidades particulares. El cerebro infantil, en pleno desarrollo, resulta especialmente susceptible a los efectos adictivos de la tecnología. Los patrones establecidos durante esta etapa crítica tienden a persistir: como señala un comentarista en un foro digital, «los hábitos establecidos hasta los 18 años probablemente los sigan el resto de sus vidas»[7]. Por este motivo, la exposición temprana a dispositivos digitales puede programar patrones neurológicos de búsqueda de gratificación inmediata que persistirán hasta la adultez.

El contexto socioeconómico también modula significativamente estos impactos. Si bien la problemática trasciende las barreras de clase, existen diferencias relevantes en los patrones de uso y en los recursos disponibles para mitigar sus efectos negativos. Un participante en un foro señala que «es difícil a los padres con pocos recursos. Tengo un amigo que es padre, trabaja con su mujer todo el día en una tienda con el hijo. El hijo no tiene mucho para hacer, y siempre quiere el celular»[7]. Esta observación ilustra cómo las presiones económicas pueden dificultar la implementación de límites saludables, ya que los dispositivos digitales funcionan como «niñeras electrónicas» accesibles para familias con recursos limitados de tiempo y dinero.

El nivel educativo parental y el acceso a información sobre salud digital constituyen factores adicionales que pueden exacerbar las disparidades socioeconómicas. Como señala otro comentarista, «aunque seas pobre, podes darle cosas para jugar, alguna revista, algunos juguetes simples, crayones, etc etc, hasta con una piedra… haces que un nene use más su cabeza»[7], pero esta conciencia sobre alternativas saludables no está uniformemente distribuida. Las familias con mayor acceso a información sobre desarrollo infantil y riesgos digitales pueden implementar estrategias preventivas más efectivas, mientras que comunidades con menor acceso informativo pueden naturalizar patrones problemáticos de uso tecnológico.

Adicionalmente, existen factores de vulnerabilidad neurológica preexistentes que pueden intensificar los efectos negativos. Los niños con predisposición a trastornos del neurodesarrollo, como se ilustra en el caso de un niño prematuro de seis años con posibles trastornos del lenguaje[10], pueden experimentar impactos particularmente severos. La tecnología puede funcionar como una forma de automedicación para reducir la sobrecarga sensorial o compensar dificultades sociales, pero simultáneamente puede exacerbar las vulnerabilidades subyacentes al reducir las oportunidades de desarrollar estrategias adaptativas saludables.

Estrategias de Prevención e Intervención

Frente a esta problemática multidimensional, resulta imperativo desarrollar estrategias comprehensivas que aborden los diversos niveles de intervención: individual, familiar, educativo y sociopolítico. A nivel individual, la psicóloga Marina Manzione recomienda «aumentar los vínculos interpersonales, que encuentre un proyecto que motive, algo que llama ‘cualidades humanas superiores’, como el altruismo, la solidaridad, una actividad que de propósito y que represente una buena razón para levantarse cada día»[2]. Este enfoque busca desarrollar recursos internos que permitan al adolescente gestionar eficazmente sus emociones y construir una identidad sólida independiente de la validación digital.

Para los padres, Haidt propone límites claros respecto al acceso tecnológico: «nada de móvil antes de los 14 años, nada de redes sociales antes de los 16, nada de teléfonos móviles en los colegios, y más independencia y juego libre en el mundo real»[8]. Estas recomendaciones buscan equilibrar la paradoja actual de sobreprotección física y desprotección digital. Complementariamente, el psicólogo Diego Herrera enfatiza que «más que prohibir, las figuras de apego tienen que dar herramientas para poder gestionar, desde las emociones, las relaciones, las críticas»[2], reconociendo que el objetivo último debe ser desarrollar capacidades de autorregulación, no simplemente imponer restricciones externas.

A nivel institucional educativo, Haidt aboga por «escuelas libres de dispositivos electrónicos»[8], argumentando que estos entornos potencian tanto el aprendizaje como el desarrollo socioemocional saludable. Esta propuesta encuentra respaldo en experiencias exitosas de escuelas que han implementado políticas restrictivas respecto al uso de teléfonos móviles, observando mejoras significativas en indicadores académicos y relacionales. Sin embargo, estas políticas deben complementarse con programas educativos específicos sobre ciudadanía digital y alfabetización mediática, preparando a los estudiantes para una interacción eventual pero consciente con las tecnologías digitales.

Haidt enfatiza que el problema trasciende la responsabilidad individual, requiriendo soluciones estructurales: «En vez de cargar toda la responsabilidad sobre las familias, Haidt señala que el problema es colectivo y estructural, y así debe ser abordado para ponerle solución»[8]. Entre las estrategias colectivas propuestas destacan «los acuerdos entre familias para no dar el móvil a los menores hasta una cierta edad, el rediseño de los espacios públicos para hacerlos más amables a la infancia»[8]. Estos acuerdos comunitarios reducen la presión social que experimentan las familias individuales que intentan limitar el acceso tecnológico, creando normas sociales alternativas que valorizan actividades no digitales.

Finalmente, Haidt reclama mayor responsabilidad por parte de las empresas tecnológicas, sugiriendo que «sean las propias compañías las que ofrezcan dispositivos y aplicaciones que ayuden a los padres y adolescentes a gestionar su vida online de una manera sana»[8]. Esta perspectiva reconoce que las interfaces digitales actuales han sido diseñadas deliberadamente para maximizar el tiempo de uso mediante mecanismos adictivos, y propone una reingeniería ética que priorice el bienestar psicológico de los usuarios, especialmente los más vulnerables. Las regulaciones gubernamentales pueden desempeñar un papel crucial en este ámbito, incentivando o exigiendo diseños tecnológicos que promuevan patrones de uso saludables.

Conclusiones: Hacia un Nuevo Paradigma de Bienestar Digital

La investigación contemporánea sobre el impacto de los dispositivos móviles en la salud mental infantojuvenil revela un panorama complejo que requiere respuestas matizadas pero urgentes. La evidencia presentada por Jonathan Haidt en «La generación ansiosa» y corroborada por múltiples investigadores sugiere que nos encontramos ante un punto de inflexión histórico que exige replantearnos fundamentalmente cómo integramos la tecnología digital en el desarrollo infantil. El incremento dramático de trastornos de ansiedad, depresión, autolesiones y suicidios entre adolescentes desde 2010 no puede desvincularse del cambio radical en sus patrones de interacción con el mundo, mediados crecientemente por pantallas en detrimento de experiencias directas con la realidad física y social[9][3].

Las diversas perspectivas analizadas convergen en un mensaje esencial: no se trata de demonizar la tecnología per se, sino de reconocer que su implementación actual está fundamentalmente desalineada con las necesidades del desarrollo neurológico, psicológico y social saludable. Como señala Haidt, «los niños prosperan cuando están enraizados en comunidades del mundo real, no en redes virtuales incorpóreas. Crecer en el mundo virtual fomenta la ansiedad, la anomia y la soledad»[4]. Esta observación nos invita a repensar no solo los límites individuales al uso tecnológico, sino también las estructuras sociales más amplias que han erosionado los espacios tradicionales para el juego libre, la exploración autónoma y la socialización no estructurada.

La prevención efectiva de los trastornos asociados al uso excesivo de tecnología requiere un enfoque multinivel que trascienda tanto la prohibición simplista como la permisividad negligente. Como sugiere el psicólogo Diego Herrera, «el foco hay que ponerlo en la relación y no en la tecnología»[2], reconociendo que la calidad de los vínculos significativos constituye el factor protector más poderoso frente a los potenciales efectos negativos del mundo digital. Los padres y educadores pueden implementar límites claros mientras simultáneamente cultivan espacios seguros para el desarrollo de habilidades socioemocionales, capacidades de autorregulación y pensamiento crítico que permitirán eventualmente una interacción saludable con las tecnologías digitales.

Finalmente, es fundamental reconocer que esta problemática refleja tensiones más profundas en nuestra cultura contemporánea, caracterizada por la aceleración constante, la hipercomunicación superficial y la progresiva mercantilización de la atención. Como sociedad, enfrentamos el desafío de desarrollar un nuevo paradigma de bienestar digital que reconcilie el potencial positivo de las tecnologías con las necesidades fundamentales del desarrollo humano saludable. Este paradigma emergente deberá promover una relación más consciente, intencional y equilibrada con los dispositivos digitales, reconociendo que estos deben funcionar como herramientas al servicio de nuestras prioridades humanas, no como fuerzas que reconfiguren nuestras experiencias en función de imperativos comerciales.

En última instancia, abordar efectivamente la «generación ansiosa» requiere no solo ajustes técnicos o regulatorios, sino un replanteamiento fundamental de qué tipo de infancia y adolescencia queremos ofrecer a las próximas generaciones. Como sugiere Haidt, necesitamos reconstruir espacios donde los niños puedan desarrollarse mediante experiencias directas con el mundo, relaciones significativas con otros seres humanos, y oportunidades graduales para desarrollar autonomía y responsabilidad. Solo así podremos reconciliar los innegables beneficios de la revolución digital con las necesidades atemporales del desarrollo humano saludable.

  1. https://ethic.es/2024/10/la-generacion-ansiosa/ 
  2. https://www.lanacion.com.ar/sociedad/generacion-ansiosa-no-saben-aburrirse-estan-desprotegidos-y-los-celulares-y-las-redes-pueden-nid18052024/         
  3. https://www.lavozdegalicia.es/noticia/sociedad/2024/12/01/generacion-ansiosa-sobreprotegida/0003_202412G1P35991.htm     
  4. https://www.nuevarevista.net/jonathan-haidt-la-generacion-ansiosa/     
  5. https://hipermediaciones.com/2024/05/15/una-generacion-ansiosa-o-el-eterno-retorno-de-los-efectos-de-los-medios-en-los-ninos/     
  6. https://www.semanticscholar.org/paper/62273b407ec1f7a9560874e4dcf46461a3bf7a9c 
  7. https://www.reddit.com/r/AskArgentina/comments/1ftoxno/todos_los_pre_adolescentes_y_adolescentes_están/     
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  9. https://lyd.org/opinion/2024/08/la-generacion-ansiosa-de-jonathan-haidt-el-rol-de-los-smartphones-y-las-redes-sociales-en-la-adolescencia/    
  10. https://www.reddit.com/r/chile/comments/1e4s5oy/ya_no_se_que_hacer_por_mi_hermano_de_6_años/  
  11. https://elcomercio.pe/hogar-familia/maternidad/como-establecer-limites-con-los-ninos-sobre-el-uso-de-dispositivos-moviles-noticia/  
  12. https://www.albacastellvi.cat/es/2017/02/limites-las-pantallas/     
  13. https://vithas.es/consejo/prevenir-adiccion-movil-ninos-adolescentes/       
  14. https://www.kumon.es/blog/como-tratar-con-los-phonbies-los-ninos-adictos-al-movil/      
  15. https://www.reddit.com/r/AskArgentina/comments/1ima8os/mi_bebe_cumplio_12_y_mi_vieja_le_quiere_dar_un/    
  16. https://www.reddit.com/r/Mommit/comments/153s6ah/my_11_year_old_really_wants_a_phone_but_i_dont/?tl=es      
  17. https://postgradosuandes.cl/blog/noticias/kit-de-variadas-estrategias-para-que-usted-aleje-a-sus-hijos-del-celular/         
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